Puntos de inflexión
Siempre he tenido la costumbre de ver mi vida en etapas o ciclos. Estos ciclos vienen precedidos por puntos de inflexión que condicionaron, en su momento, la dirección o el camino que quería tomar en mi vida. El primer punto de inflexión importante que tuve fue salir del pueblo donde crecí, Estivella, a los 24 años despues de toda mi infancia y adolescencia allí. En Estivella pasé quizás la etapa más relevante para desarrollarme como persona. Inmerso en la familia, amigos, estudiando música… Y, como no, cada etapa tiene sus montañas y el Garbí ocupa gran importancia mientras estuve viviendo en Estivella.
La música me llevó en el 2004 a trabajar a Benidorm – Finestrat pasando 4 años maravillosos y totalmente enriquecedores para mí. Finestrat me descubrió una montaña increíble: El Puigcampana (yo la llamo «El Indio»). En 2007 decido terminar mi etapa en Finestrat y vuelvo a Estivella para un año más tarde dirigir mi vida hacia Ontinyent – Villena gracias, de nuevo, a la música y al Grupo Batukem Tukada. Esta etapa la divido en dos: la primera durante mi estancia viviendo en Villena (2008 – 2015) y la segunda cuando me desplazo a vivir a Ontinyent en 2015 hasta la corazonada (2020).
En su totalidad fue una etapa en la que conocí a personas especialmente relevantes en mi vida y entre estas personas está Tania, mi compañera de viaje. Con el tiempo decidimos comprar una casa y crear nuestro espacio («La Llar») y nuestra familia, posicionando finalmente Ontinyent como centro neurálgico en el que desarrollar mi vida. Entre Villena y Ontinyent mi interés por la montaña se intensificó gracias también al grupo de amigos «Gamusinos» de Villena, grandes amigos con un calidad humana increíble, compañeros de aventuras y retos. Vivir entre Villena y Ontinyent me llevó a conocer montañas macizos montañosos como la Serra Mariola, Aitana, Benicadell, Serra Grossa, La Serrella, Mondúver, Moncabrer, etc. Es en esta etapa cuando empiezo a proyectar las primeras travesías caminando.
En 2012 viajé en Nepal y después de realizar un trekking por la zona del Annapurna los impactantes Himalayas me atraparon. 5 años más tarde, en 2017 realicé mi primer reto solidario: Cruzar la Cordillera Pirenaica por el GR11, de mar a mar a través de cerca de 900km y 33 días andando. La transpirenaica cambió mi vida. Toda la recaudación fue donada a la Fundación Sanamente de Villena para el trabajo que hacen para la promoción de la salud mental.
Más tarde vino el «Objetivo Norte», el «Reto Por Patas», los «11 (+1) Cols des Pyrénées» pero, sin duda el reto más importante de mi vida fue sobrevivir a un infarto fulminante a inicios del 2020 y con Tania embarazada de 6 meses.
«La Corazonada»
Que difícil es escribir sobre este punto de inflexión, el cual, no elegí yo. El 12 de enero de 2020 me dio un infarto sin motivos aparentes (no tenia factores de riesgo) y sin explicación. No se como definirlo pero si que se la sensación despues de salir del hospital (los días que estuve en el hospital no era consciente ni de la magnitud de lo que sucedía ni de la repercusión que iba a tener en el nuevo rumbo que tomaba mi vida). Cuando llegué a casa la sensación que tenia era de haber vuelto a nacer pero con miedo, mucho miedo. De echo nunca, ni en los días más difíciles de la Transpirenaica, había tenido tanto miedo como ahora. Era miedo a perder la vida. A perder mi familia, padres, Ferran a punto de nacer, amigos… todo sin aviso. Me sentía frágil y roto. Cuando vi el montón de mediación que tenia que tomar cada día pensaba que era una broma, no podía ser cierto lo que me estaba pasando. Con el tiempo asimilas tu nueva situación y empiezas a aceptarla poco a poco pero el miedo ya no me lo he quitado de encima ni un día desde desde la corazonada.
Espacio íntimo
Sin duda, la montaña es el espacio más íntimo y especial que me gusta habitar, por eso me gusta frecuentarlo cuando tengo tiempo. ¿Por qué lo hago? Suelo encontrarme con esta pregunta. Hasta la corazonada mi motivación era buscar en la montaña un lugar donde poder evadirme y encontrarme conmigo mismo para conocerme, descubrir mis límites, mis miedos o mis fortalezas. También para regalarme momentos de paz y tranquilidad a partir de bien poco: el olor de la tierra mojada, el sonido de un valle, el silencio del inmenso campo visual desde una cima, el primer rayo de sol de un amanecer andando…
Tengo la sensación de que cada reto, travesía, etc. puede ser una actividad totalmente transformadora, recibiendo a cambio una recompensa totalmente provechosa para mi salud mental y física. Desde la corazonada sumo a lo anterior lo mucho que me ayuda para afrontar la vida con actitud. Las limitaciones se donde están pero las ganas de vivir y el ímpetu por mantener las secuelas de la corazonada a raya son mucho mayores. Y es que es fácil: ¿Quién no está interesado en vivir?. Digamos que la montaña me ayuda a sentirme vivo, me da la vida.
La causa solidaria siempre está por encima de todo. Me enriquece mucho pensar que somos los protagonistas del cambio, que somos capaces de motivar a otras personas, de crear nuevas formas de ver la realidad. También a partir de la corazonada siento como una especie de responsabilidad u obligación por difundir el mensaje de que, aun con nuestras dificultades, somos capaces, somos válidos, somos poderosos y si, somos frágiles, y la vida nos puede tumbar una y mil veces; pero seguir haciendo el camino es tan importante que una y mil veces valdrá la pena levantarse de nuevo para seguir caminando. Y a volar! Me gusta viajar a mi interior vivenciando la disputa del “quién soy» contra «quién quiero ser”, que, no nos equivoquemos, siempre ganará el «quién soy». Pero, como dije, valdrá la pena. Es la belleza de vivir de forma apasionada.
Somos tiempo. Somos el tiempo que nos dedicamos. Así que no queda otra que complacerte, de forma generosa, de un vivir inmenso lleno de ti.